sábado, 28 de enero de 2017

Buenas noches y buena suerte

Qué titular más periodístico me ha salido, ¿verdad? Ni que tuviera un periodista en casa... Pero no os preocupéis, ese mundo aún me queda un poco lejano, así que os voy a hablar de otro: mis noches.

Con cuatro años creo que tengo una edad suficiente para dormir solo. ¿Qué os parece a vosotros? A mi padre lo tengo desesperadito, no hay noche que no le llame para que se acueste conmigo. En cuanto estiro el brazo y veo que no está, berrido al canto. Ya le he dicho que a diario no lo suelo hacer, pero el tío sigue insistiendo. Y mira que desde el primer día hacemos siempre la misma rutina para ir a la cama, pero ni con esas.

El caso es que yo he sido capaz de dormir solo muchas noches. El verano de 2014 fue el primero en el que pasé gran parte del tiempo con papá, concretamente cinco semanas, y ese fue uno de los objetivos que se marcó. Por aquel entonces yo contaba con un año y medio. Como no era plan de romper con todo desde el principio, los primeros días dormimos juntos toda la noche. Al cabo de unos días, mi papá se escurría de la cama en cuanto me dormía y sin decir ni pío pasaba el resto de la noche. Después, ya no hizo falta que se acostara conmigo, me dejaba en la cama y allí me quedaba yo, contando ovejitas o lo que se me pasara en ese momento por la cabeza.

El resultado es que al final del verano ya era capaz de dormir yo solo en la cama. No necesitaba a nadie a mi lado y podía moverme todo lo que quisiera sobre el colchón, no me iba a chocar con ningún cuerpo extraño. Cuando salí de casa de papá, todo cambió. Vuelta a empezar.

El verano de 2015 fue más duro. Más duro para mi papá, claro, porque yo estaba encantado. Nuevamente pasé casi todo el periodo estival en su casa y en esta ocasión no dejé que sus estrategias funcionaran. Apenas hubo un par de días en el que le dejé libre; el resto, o se quedaba conmigo o no me dormía. Pobre hombre... En este punto diré que él no es partidario de dejarme llorando en la cama hasta que me duerma, no cree que esa terapia de choque funcione conmigo.

Después de ese verano fue cambiando su modus operandi paulatinamente. En ocasiones, tras leerme mi cuento, él se quedaba sentado en la cama leyendo alguno de sus libros. Da igual lo que tardara en dormirme, él se quedaba ahí plantado como una estatua. Cuando cerraba los ojos, él se iba de la habitación, pero siempre solía haber un momento de la noche en el que lo echara de menos. "Papáááááá..." (entre sollozos). Todo era cuestión de suerte, unas noches dormía del tirón, otras no. Según me diera.

En el verano de 2016 volvió a la carga. Esta vez disponía de más tiempo: finales de junio, julio, agosto y septiembre. Más de tres meses por delante para hacerme mayor por las noches. Al igual que el primer verano, todo fue cuestión de organización y paciencia. Pero al final lo consiguió. Aunque tuviera que dejarme la luz encendida durante unos minutos, logró que durmiera yo solo toda la noche.

Acabó el verano y ¿qué creéis que sucedió? Pues eso, de nuevo caminé hacia atrás. Me puedo quedar dormido con la luz encendida, pero tengo que saber que en algún momento de la noche se va a acostar a mi lado. Sin embargo, no me basta con saberlo, tengo que palparlo porque en cuanto note que no está... "Papááááááá!!!!" Da igual que sea la 1, las 2 o las 5 de la noche.

De hecho, ahora mismo él está en el ordenador mientras yo, con cara de niño bueno, duermo plácidamente. Seguro que está cruzando los dedos para poderse librar una noche, pero no creo que se dé el caso. Cuando nos despedimos, con una sonrisa picarona le doy las buenas noches mientras por dentro pienso: "Y buena suerte"...